Nunca he sabido decir por qué Londres. Qué es aquello que me dice que no hay otro igual, que por muy bonita que sea cualquier otra ciudad, siempre será Londres. Así que brevemente diré lo que me gusta de ella.
Me encantan esos tímidos rayos de sol entre nubes grises que sin duda hacen que tu abrigo sobre en pleno diciembre. Adoro pasear por calles entre miles de personas y perderme, desaparecer, no ser más que otro caminante enamorado de sus calles. Esas calles que te trasladan en cuestión de segundos a otra ciudad solo con caminar. Porque a veces incluso puedes pensar que has viajado en el tiempo y solo deseas que ese tiempo, no acabe nunca.
Y cómo no, adoro sus caminantes, adoro que cada persona sea distinta, que cada uno deje su alma al descubierto sin importar qué piense el resto, porque en Londres nadie opina, nadie mira, solo ven en ti lo mejor, lo que tus ojos enseñan. Me encantan los peinados recogiendo el pelo más rosa chicle que haya visto jamás, cruzar la calle de perfil por no engancharte a una falda que ocupa media calle o mirar al suelo esperando no pisar ningún pie descalzo. Y me encanta su educación, por amor de dios, adoro la educación de Londres.
Me encanta que sin importar la edad, sigas siendo “Madame”, que no importa si he sido yo quien he chocado contra esa persona, que antes de poder pedirle perdón será él quien ya me haya sonreído y me haya dicho ese maravilloso “So sorry, Madame”. Porque en Londres aprendes a no dejarte llevar por las apariencias. Porque en el metro será el chico de dieciocho años con cresta, cadenas y sudadera el que cederá el asiento a la anciana que se balancea en la puerta. Que al ver tu cara de perdida se acerque alguien para indicarte la dirección que debes tomar, que te deseen un buen día en una tienda al salir y en el autobús te den la bienvenida a Londres después de haberte ayudado a bajar la maleta.
¿Pero queréis que os diga cuál es mi momento favorito? Era 27 de agosto del 2015, tenía que ir al aeropuerto en dos horas y había aprovechado a acercarme a despedirme de él, Londres y yo, solos por unos pequeños minutos. Entonces se acercó una señora que delicadamente me tocó el brazo para llamar mi atención. Nunca he sido buena calculando edades, pero rondaría los 80 años, tenía uno de esos ojos azul cielo que transmiten ternura a raudales y llevaba el pelo recogido en un elegante moño.
Entonces me sujetó las manos y con la mayor de las sonrisas me dijo: “London will miss you too, and will wait for you as much as you need to come back”
Y la creí, porque no hay nada más bonito que pensar que la ciudad te echará de menos tanto como tú a ella.